DEFENSA DEL PAPA BENEDICTO XVI A LA UNIVERSALIDAD DE LOS DERECHOS HUMANOS EN LA ONU
DE LOS DERECHOS HUMANOS EN
LA ONU

La
visita que realizó el Papa al «palacio de cristal» buscaba celebrar el
sexagésimo (60) aniversario de la Declaración Universal de los Derechos del
Hombre, documento fundacional de la ONU.
Tras
la introducción del secretario general, Ban Ki-moon, el Papa tomó la palabra
ante la asamblea general –como ya lo hicieran antes que él Pablo VI y San Juan
Pablo II– para afirmar que los derechos humanos se basan «en la ley natural
inscrita en el corazón del hombre».
En
sus palabras a los más de tres mil asistentes, el pontífice comenzó constatando
que «los derechos humanos son presentados cada vez más como el lenguaje común y
el sustrato ético de las relaciones internacionales».
«Al
mismo tiempo, la universalidad, la indivisibilidad y la interdependencia de los
derechos humanos sirven como garantía para la salvaguardia de la dignidad
humana», siguió indicando: «Sin embargo –aseguró–, es evidente que los derechos
reconocidos y enunciados en la Declaración se aplican a cada uno en virtud del
origen común de la persona, la cual sigue siendo el punto más alto del designio
creador de Dios para el mundo y la historia». Estos derechos se basan en la ley natural inscrita en el corazón del
hombre y presente en las diferentes culturas y civilizaciones, subrayó.
Por
eso, alertó el obispo de Roma, «arrancar
los derechos humanos de este contexto significaría restringir su ámbito y ceder
a una concepción relativista, según la cual el sentido y la interpretación de
los derechos podrían variar, negando su universalidad en nombre de los
diferentes contextos culturales, políticos, sociales e incluso religiosos».
Así
pues, no se debe permitir que esta vasta variedad de puntos de vista oscurezca
no sólo el hecho de que los derechos son universales, sino que también lo es la
persona humana, sujeto de estos derechos.
Por
este motivo, recalcó «cómo el respeto de
los derechos y las garantías que se derivan de ellos son las medidas del bien
común que sirven para valorar la relación entre justicia e injusticia,
desarrollo y pobreza, seguridad y conflicto».
La
promoción de los derechos humanos sigue siendo la estrategia más eficaz para
extirpar las desigualdades entre países y grupos sociales, así como para
aumentar la seguridad. Es cierto, reconoció, que «las víctimas de la opresión y
la desesperación, cuya dignidad humana se ve impunemente violada, pueden ceder
fácilmente al impulso de la violencia y convertirse ellas mismas en transgresoras
de la paz».
Sin
embargo, «el bien común que los derechos humanos permiten conseguir no puede
lograrse simplemente con la aplicación de procedimientos correctos ni tampoco a
través de un simple equilibrio entre derechos contrapuestos».
Para el Papa, la Declaración Universal
tiene el mérito de haber permitido confluir en un núcleo fundamental de valores
y, por lo tanto, de derechos, a diferentes culturas, expresiones jurídicas y
modelos institucionales.
No
obstante, hoy es preciso redoblar los esfuerzos ante las presiones para
reinterpretar los fundamentos de la Declaración y comprometer con ello su
íntima unidad, facilitando así su alejamiento de la protección de la dignidad
humana para satisfacer meros intereses, con frecuencia particulares.
La
Declaración, recordó, fue adoptada como un “ideal común” (preámbulo) y no puede
ser aplicada por partes separadas, según tendencias u opciones selectivas que
corren simplemente el riesgo de contradecir la unidad de la persona humana y
por tanto la indivisibilidad de los derechos humanos.
Para
Benedicto XVI los derechos humanos no son simples medidas legislativas o
decisiones normativas tomadas por quienes están en el poder. Cuando se
presentan simplemente en términos de legalidad, los derechos corren el riesgo
de convertirse en proposiciones frágiles, separadas de la dimensión ética y
racional, que es su fundamento y su fin, indicó.
Por
el contrario, la Declaración Universal ha reforzado la convicción de que “el
respeto de los derechos humanos está enraizado principalmente en la justicia
que no cambia, sobre la cual se basa también la fuerza vinculante de las proclamaciones
internacionales”.
Por
eso, recordó, a los derechos les siguen también deberes, algo que el Papa
explicó citando a uno de sus autores favoritos, Agustín de Hipona, quien decía
«no hagas a otros lo que no quieres que te hagan a ti» y esto, aclaró
recordando al obispo africano del siglo V, «en modo alguno puede variar, por
mucha que sea la diversidad de las naciones».
JOSE ISAIAS YATE OYOLA
SEMINARISTA DE III DE FILOSOFÍA
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